Llegó desde Ranchillos cuando tenía 34 años y se instaló en el Padilla. Abrió la verdulería en una esquina cuando en el barrio algunas calles no tenían pavimento y todavía quedaban varios lotes vacíos.
Don Lito o "Gallego", como le dicen a Ángel Roque López, se ha convertido en el personaje indiscutido de esas manzanas, especialmente de la esquina de España y Félix de Olazábal.
Puntual, abre su negocio todos los días a las 9. Los lunes, miércoles y viernes se levanta a las 5 para ir en su camioneta hasta el Mercofrut.
"Es excelente, muy buena persona y siempre está de buen humor", opina María Medina, clienta que llegó al barrio en la misma época. "¿Qué no se casó en el 73 usted también?", le pregunta don Lito. "Y sí, más o menos", le contesta ella.
Se lo nota charlatán y así lo confirman las clientas que siguen entrando a la verdulería. Nunca le falta tema de conversación o algún poema o canción. "¡Recite algo, 'Gallego', no se haga el tímido", le dice María Gutiérrez. Pero don Lito se esconde detrás de una sonora carcajada y se va a pesar unas papas.
Está casado con doña Chabe y tiene dos hijas y un varón; además, es abuelo de cinco nietos, dos mujeres y tres varones.
Otras épocas
Antes de desembarcar en el barrio Padilla trabajaba en unos campos que tenía la familia en Ranchillos. "Trabajaba en el surco: pelaba caña y hacía arar a los animales", recuerda.
Hoy, volver a ese lugar en donde viven dos hermanos lo llena de felicidad. "Y cómo no me va a gustar ir si me atienden como los dioses", argumenta. Por eso, cada vez que puede se hace una escapada.
Confiesa que las ventas de la verdulería no son lo que eran antes. "No sé por qué: si por los supermercados o porque la gente va a comprar al Mercofrut", duda. Lo cierto es que sobrevive con pequeñas ventas diarias de las vecinas que se olvidaron de algún ingrediente para sus recetas.
Así y todo, hay mañanas que asegura que no puede sentar el traste ni un segundo. Lo acompañan cinco pájaros: unos canarios, un zorzal y un jilguerito. Lo llenan de música cuando la radio está apagada.
A veces le gusta sintonizar alguna frecuencia por la que pasen tangos y pasodobles. Según Ángel, el barrio cambió mucho, pero sigue siendo un lugar tranquilo para vivir. Además, los vecinos son buenos y él todavía se anima a trabajar sin rejas. "A veces pienso qué haría si cerrara la verdulería -desliza-. Creo que no me acostumbraría".